domingo, 15 de mayo de 2011

¿Cómo se preparó la visita?

 Por: Juan M. Cárdenas / publicado el 15 de mayo del 2011 en El Siglo De Durango / Durango, Dgo.


A pesar de que el compromiso ante el Vaticano ya se había adquirido, las necesidades eran muchas. La capital duranguense tenía aproximadamente 450 mil habitantes, mientras que la afluencia de feligreses del interior del estado, de otras entidades e incluso del extranjero se estimaba en más de 800 mil personas. Se tuvo que pensar en contar con la capacidad para albergar a los feligreses y ofrecerles seguridad y alimentación, pues la ciudad de Durango carecía de la infraestructura hotelera para dar cabida a una población flotante de tal magnitud.

El Ayuntamiento de Durango tuvo que pedir el respaldo de corporaciones policíacas de Torreón, Monterrey y Zacatecas para completar la plantilla requerida para vigilar el orden durante la visita de Su Santidad; los agentes debieron trabajar en coordinación con el Estado Mayor Presidencial; era el sexenio de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de México.
La Administración Municipal, con apoyo del Gobierno del Estado, inició trabajos de rectificación de algunos servicios públicos. Jorge Mojica Vargas, presidente municipal de ese entonces en Durango, aún recuerda que se tuvieron que implementar cuadrillas para corregir redes de agua potable y drenaje.
Conforme se acercó la fecha de llegada de Juan Pablo II, la capital duranguense se saturó. El ex alcalde de Durango rememora que se tuvieron que cerrar algunas carreteras porque la gente seguía llegando a la capital. Sus cálculos le hacen pensar que con facilidad se rebasó la cifra de 600 mil visitantes, mucho más que la población local.
La sociedad duranguense ayudó a solucionar el problema de la carencia hotelera. De acuerdo a datos del Ayuntamiento, hubo por lo menos tres mil hogares que se inscribieron en el programa destinado a albergar a los feligreses que llegaban de diferentes partes del país; aunque algunas versiones señalan que fueron muchas más las familias que abrieron sus puertas a esos desconocidos que sólo querían ver y asistir a las ceremonias realizadas por el pontífice.
El Municipio instaló carpas en parques para los visitantes que llegaron anticipadamente y fueron custodiados por policías. Pero cinco días antes de la fecha programada para la llegada de Juan Pablo II a Durango, los trabajos no habían culminado. El Ayuntamiento ordenó aumentar horas de trabajo para terminar con los pendientes. Días después, cuando se les ofreció la remuneración por esas horas extra, los empleados se negaron a recibir el dinero, pues consideraron que esa era su mejor contribución a la visita de Su Santidad.
Todas estas colaboraciones permitieron que la inversión realizada por el Ayuntamiento en los trabajos de preparación de la gira papal, fueran relativamente mínimos.
Eran tiempos diferentes en materia de seguridad. Las preocupaciones en la logística se concretaban a simples faltas de carácter administrativo, la violencia estaba lejos de Durango.
El 8 de mayo de 1990, la noche previa a la llegada de Su Santidad, se realizó la última revisión en el terreno que ahora ocupa un centro comercial en el fraccionamiento Jardines de Durango. Mojica Vargas acompañó al personal del Estado Mayor Presidencial en el recorrido. Al culminar, éstos últimos sellaron los accesos y ordenaron a los agentes preventivos que custodiaran la sede y no permitieran la entrada absolutamente a nadie.
"Entonces llegó otro grupo de guardias presidenciales a querer meterse, se metió a fuerza, golpearon a los policías; yo vi, me enojé y los metí al 'bote' a todos los del Estado Mayor Presidencial hasta las seis de la mañana".
  
99.5% CATÓLICOS
Antonio López Aviña terminó de oficiar la misa del viernes santo de 1989 dentro de la capilla del Centro de Readaptación Social (Cereso) 1 de la ciudad de Durango. Se despidió de los internos y fue directo a Horacio Palencia, entonces director del penal.
"Invítame un café", le solicitó el Arzobispo. Ambos se dirigieron a la oficina del director. Sin más, Palencia le soltó al Arzobispo que había visto una nota periodística en la que se planteaba la posibilidad de que Juan Pablo II estuviera en México.
"Si llegara a venir el papa a México y si llegara a venir a Durango, le pido desde ahorita que cuando llegue el Santo Padre al Aeropuerto se pare frente al Cereso y cuando menos nos dé la bendición", solicitó el titular del penal.
"¿Te gustaría de veras que viniera aquí al penal?", cuestionó López Aviña mientras lo veía detenidamente.
"Sería algo excepcional", respondió. Así terminó aquella plática.
Al poco tiempo, López Aviña viajó a Europa para iniciar las gestiones de la visita de Su Santidad a Durango. Al volver, se comunicó con Horacio Palencia para "pagarle" el café que le había invitado meses atrás, pero ahora en el Arzobispado. "Hablé con el Santo Padre de la posibilidad de visitar Durango y el Cereso en todo caso, no es un hecho pero cuando menos te adelanto que está enterado de esa posibilidad", dijo a Palencia.
Durante el otoño de ese año Antonio López Aviña viajó Europa. Juan Pablo II recibió a su visitante con un fraternal abrazo como en cada una de las ocasiones que el arzobispo estuvo en la Santa Sede. Esa amistad fue elemental para terminar de convencer a Su Santidad y al Vaticano de que Durango estuviera incluido en la gira por México el año entrante. Al volver, no tardó en comunicarle la noticia a Horacio Palencia: "es un hecho que viene a Durango y es un hecho que va a visitar el Cereso".
Cuando el Gobierno Federal conoció el intinerario del viaje planeado por el Vaticano, la Secretaría de Gobernación pidió que eligiera otra penitenciaría del país para que fuera visitado por el pontífice; propuso los recién inaugurados penales de Monterrey, Guadalajara, el Distrito Federal e incluso el de las Islas Marías que estaba recién reformado. Pero la respuesta fue contundente: Juan Pablo II eligió el de Durango.
El Cereso 1 tuvo a su favor los antecedentes de las concurridas misas dominicales, así como nulos problemas de riñas y motines; estos factores fueron considerados por el Vaticano.
En ese entonces había cerca de mil internos, de los cuales el 99.5 por ciento profesaba la religión católica; de ahí que cuando se les comunicó la noticia de que el Papa estaría en el penal el 9 de mayo próximo, los reos tomaron la iniciativa de comenzar los trabajos de remozamiento.
Luego se analizaron los perfiles de algunos reos para elegir a uno que diera el mensaje a nombre de todos los internos del penal. Entre la terna se encontraban dos ex militares que de inmediato quedaron descartados por estar sentenciados por cometer delitos contra la salud. Sólo quedó Jaime Bollinguer Orduña, un joven gomezpalatino que fue procesado por asesinar a su esposa, aunque el proceso judicial siempre generó dudas sobre su responsabilidad.
Un par de semanas antes del "gran día" la dirección del penal pidió a los familiares de los internos a que llevaran palomas blancas para elegir dos, mismas que serían entregadas por Karina Soria, hija de una de las internas, al pontífice para que las liberara durante la ceremonia. Las aves elegidas quedaron bajo el cuidado de un reo especializado en la crianza de gallos. A las 20:00 horas del 8 de mayo, es decir, a unos minutos de la visita de Su Santidad, al reo se le escaparon las palomas.
Fue otro interno quien pidió permiso a la dirección para subir al techo del Cereso para capturar otras, increíblemente y a pesar de la hora, lo logró y el protocolo se pudo realizar.
Una mañana de primavera de 1990 una monja que periódicamente acudía al penal a visitar a las mujeres que estaban recluidas, se acercó a Horacio Palencia. Ésta le pidió que la invitara al evento que se realizaría el 9 de mayo dentro del Cereso, luego de que no fue requerida por parte del clero para asistir.
El director del penal instruyó a la religiosa para que a las 6:00 horas del día del evento fuera al atrio del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, para abordar uno de los camiones que trasladarían a los invitados hasta el penal. Fue advertida de que después se cerraría la carretera y se impediría el paso general. Pero cuando los invitados descendieron de los camiones, la religiosa no estaba.
Cerca de las 9:00 horas el director del Cereso recibió una llamada telefónica en su oficina. Era la monja que le explicó los motivos por lo que no pudo llegar a tiempo al Santuario.
"Madrecita, ya no quedó en mí. La invité y le puse todos los medios pero lamentablemente no se dio. Pero si usted logra llegar a aquí todavía la incluyo dentro de los invitados", le ofreció Horacio Palencia.
Aún se desconoce la forma en que esa monja se las ingenió para abordar una ambulancia de la Cruz Roja, la cual se abrió camino hasta la mismísima puerta del Cereso 1; entre la expectación que el llanto de la sirena generó en los invitados, Horacio Palencia vio descender del vehículo a la religiosa. Éste de inmediato la hizo entrar al penal. Cuando el Santo Padre ingresó al Cereso, al filo de las 11:00 horas, el director del reclusorio logró que el pontífice la saludara.
"Ella nos ayuda mucho, nos pidió que pudiera tener contacto usted", comentó el director del penal al pontífice, cuya respuesta fue felicitar a la religiosa y abrazarla, mientras ésta no cesaba de llorar.

 EL PÁRROCO 
  Diez años después de haberse ordenado como sacerdote, a Mariano Alberto Villalobos le fue encomendado uno de los papeles principales en la logística de la gira de Juan Pablo II por Durango. Recién llegado de el Vaticano, el arzobispo Antonio López Aviña citó al presbítero en su oficina del segundo piso de la Catedral Basílica Menor; ahí le dio la buena noticia de que el Santo Padre estaría en la ciudad el próximo año y entre el itinerario estaba incluida una ceremonia de oración en dicha iglesia, de donde el padre Villalobos Salas era párroco.
López Aviña lo designó responsable de todos los preparativos para que la Catedral luciera en esplendor para recibir a Su Santidad. Por esas fechas, algunos muros lucían deteriorados y debían recibir mantenimiento, había vidrios de ventanas que estaban opacos y otros quebrados, pero sin duda lo más urgente era la duela que desde que se colocó no había sido barnizada y su limpieza se concretaba a trapearlo con aceite quemado; estaba negra. Fue necesario pulirla y darle hasta nueve manos de barniz para que retomara el brillo.
Simultáneamente, comenzaron a realizarse actividades para recaudar fondos para cubrir los gastos generados por la visita del Santo Padre. El tesorero del comité organizador fue el empresario Jorge Mijares Gutiérrez, integrante de la Archicofradía del Santísimo Sacramento de Catedral; se mandaron acuñar monedas de plata conmemorativas con la imagen de Su Santidad. Tan sólo para los arreglos florales colocados desde el atrio de la Catedral hasta el altar, se tuvieron que desembolsar más de 12 millones de viejos pesos.
Unos días antes de que llegara Su Santidad a Durango, el ceremoniero Piero Marini llegó a Catedral a buscar al padre Villalobos para que le mostrara la indumentaria y los ornamentos que Juan Pablo II iba a emplear en la ceremonia en la que ordenaría a 100 sacerdotes; avaló los cálices y vasos, pero no aceptó la casulla que el Arzobispado había seleccionado, misma que tenía bordados de oro y era de una tela gruesa. Juan Pablo II deseaba un atuendo más sencillo; éste se tuvo que mandar hacer enseguida para que estuviera a tiempo.
Desde temprana hora comenzó a llegar gente a la Catedral. Para poder pasar, los asistentes seleccionados por el obispo auxiliar Andrés Corral tuvieron que mostrar el boleto, mismo que les había sido entregado casi tres semanas antes en las oficinas de la misma Basílica Menor. En su mayoría, las personas que estuvieron dentro de la iglesia ese 9 de mayo fueron integrantes de grupos apostólicos y religiosas. Hubo gente que se tuvo que acomodar adentro de las capillas laterales.
Cuando el padre Villalobos recibió a Juan Pablo II en la puerta de la Catedral apenas pudo articular palabras para darle la bienvenida, lo mismo le pasó las cuatro ocasiones anteriores que tuvo oportunidad de estrechar la mano del jerarca católico en la Sala Clementina del Vaticano. Su Santidad ingresó a la iglesia y al párroco le tocó cargar el acetre del agua bendita que el primero roció a los asistentes, para luego dirigirse a la capilla del Santísimo a hacer oración.
Inicialmente se tenía programado que Juan Pablo II estuviera un máximo de 15 minutos en la Catedral para orar, acompañado por los coros del Seminario y el colegio Sor Juana Inés de la Cruz; sin embargo, contagiado por el fervor de los más de mil invitados que abarrotaron la iglesia, el Papa se dio tiempo para dirigir unas palabras a los asistentes y bendecirlos. El pontífice salió casi una hora después de lo programado rumbo al evento masivo donde lo esperaban ya miles de personas y un intenso calor de 39 grados centígrados.
A principios de la década de 1990 la ciudad de Durango figuraba poco a nivel nacional, su desarrollo industrial y económico era inferior al de todas las ciudades principales del norte del país; los entrevistados para la realización de este reportaje coinciden en que la visita de Juan Pablo II fue mérito enteramente del arzobispo Antonio López Aviña y de su amistad con el pontífice. Fue en esta ciudad donde decidió visitar por primera vez, al menos en México, una prisión; aquí reunió a los empresarios más importantes del país y donde ordenó a 100 sacerdotes, y fue únicamente en el Arzobispado de Durango donde pasó la noche, aunque confesó que poco pudo dormir por el desfile de rondallas y mariachis que le llevaron serenata.

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