martes, 6 de marzo de 2012

Una aventura 'del otro lado'

Por: Juan M. Cárdenas / publicado el 15 de febrero del 2012 en El Siglo De Durango / Durango, Dgo.

Cuando Alfredo Castro cayó en las aguas del Río Bravo, comprobó que los coyotes le habían mentido: el caudal no medía 12 metros y el agua no le llegaba al pecho. A pesar de que era medio día, sintió cómo lo helado del agua le sacaba el aliento y la corriente que lo cubría hasta la cara amenazaba con tragarse su cuerpo de refrigerador. Luego saltaron Manuel y Felipe, los dos compañeros con quienes debía llegar a Lake Arrowhead, California. Los ocho varones que integraban el grupo remolcaron una cámara de llanta en la que iba Rosario, una joven sinaloense con siete meses de embarazo que añoraba reunirse con su esposo en Los Ángeles.
Cruzaron el caudal que medía unas cuatro veces más de lo que les habían dicho y se pusieron la ropa que habían guardado en una bolsa para que no se mojara, ahora sólo quedaba esperar a que oscureciera para empezar la caminata. Escondidos entre matorrales, el coyote les dijo que la siguiente meta era llegar a una montaña que se veía en lo más lejano del rojizo y polvoriento horizonte del desierto de Arizona. Atrás habían quedado los judiciales de Mexicali que los persiguieron un día antes por casi una hora; también el fallido intento de cruzar el Río Bravo a media noche cuando casi los detiene la migra y las 36 horas de camino en carretera desde Durango. Más tarde, Alfredo se daría cuenta de que el trayecto y el peligro de muerte apenas empezaban.

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No hay institución alguna que tenga registro de cuántos duranguenses radican en el extranjero, ni aún en los consulados de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). La base extraoficial sobre la que trabaja la Dirección de Asuntos Internacionales y Atención a Migrantes es de 250 mil duranguenses radicados en Chicago, Illinois, y otra cifra similar en Los Ángeles, California, sin que sean números precisos; dijo María Elena Castaños, titular de esa dependencia del Gobierno del Estado. Otros puntos con alta presencia de duranguenses en Estados Unidos son los estados de Texas y Colorado.
Tan solo entre enero y noviembre del 2011 fueron repatriados seis mil 300 duranguenses tras ser aprehendidos por las autoridades migratorias de Estados Unidos, por estar en ese país de manera ilegal; esta cifra representa una ligera disminución en comparación con la del 2010 cuando se contabilizaron siete mil 229 deportados.
El riesgo de morir o sufrir un accidente al cruzar de manera ilegal hacia Estados Unidos, se acentuó después de los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York. El gobierno norteamericano endureció las medidas de seguridad en las garitas y aeropuertos, además de militarizar los más de tres mil 100 kilómetros de frontera con México.
Salvador Ramírez, presidente de la Asociación Civil de Duranguenses, que aglutina a 16 clubes de diferentes comunidades de duranguenses radicados en Estados Unidos, principalmente en California, recordó que antes del 11-S era "más fácil" cruzar a Estados Unidos y más económico, pues el coyote cobraba unos 300 dólares. Por eso podían regresar a Guadalupe Victoria, Santiago Papasquaro, Tepehuanes, Guanaceví, Gómez Palacio, Pánuco de Coronado y Mezquital, principalmente, en vacaciones de verano, Navidad y hasta para alguno que otro cumpleaños.
A partir del 2002 los traficantes tuvieron que buscar nuevas rutas que implicaban exponer a los inmigrantes a temperaturas extremas de hasta 50 grados centígrados en el desierto o de hasta diez grados bajo cero por zonas montañosas. Al ser más rígidas las medidas de seguridad en la franja fronteriza, el riesgo de ser detenidos por las patrullas migratorias elevó el precio del "trabajo" hasta alcanzar los diez mil dólares.
"Si un migrante tuviera ese dinero creo que no pensaría en venirse a Estados Unidos", ironizó Salvador Ramírez. Aún así, estima que el 95 por ciento de los duranguenses que integran los clubes, cruzaron de manera ilegal a Norteamérica.

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El celular de Alfredo sonó ya entrada la noche del 2 de enero. La llamada pudo haber sido inoportuna pues estaba con su novia, pero la propuesta de irse a trabajar a Estados Unidos como ayudante del capataz de un aserradero era tan buena como intempestiva: de aceptar, tendría que irse al día siguiente a las siete de la mañana. Como miles de familias duranguenses, las carencias económicas y la falta de empleo bien remunerado orillaron a Alfredo a aceptar de inmediato, casi sin pensarlo. Junto con Manuel y Felipe, sus dos compañeros duranguenses, encontró quien lo llevara de 'raid' a Mazatlán y luego ahí abordaron un autobús hasta Tijuana, la frontera más transitada del mundo.
El dueño en México de la misma empresa para la que trabajaría en Estados Unidos, les dio la bienvenida, hospedaje y desayuno; sólo les faltó la bendición porque ya para la tarde del 4 de enero estaban en Mexicali buscando coyote que, según dice Alfredo, es como si en Durango se buscara un taxi. El traficante los citó en la avenida principal de la ciudad y ahí los encontró un carro Eclipse más negro que los ojos del conductor, quien al llegar a la salida de Mexicali ignoraría un retén de policías judiciales desatando una persecución a punta de balazos por carretera, de la cual se librarían al esconderse en una cochera del poblado Algodones. Cenaron frijoles y descansaron.
A media noche, los ojos cafés de Alfredo ya hurgaban entre los bambús de la orilla del Río Bravo para seguir el túnel formado por la maleza por donde los narcos antes pasaban droga y luego los coyotes traficaron personas a Estados Unidos. Alfredo, cuyo equipaje era la ropa que traía puesta y 600 pesos que más tarde entendería que en el otro lado son basura, iba al frente de la fila de ocho personas que se tuvieron que arrastrar unos cuatro kilómetros en la oscuridad; ni lámparas ni antorchas porque la migra los podía ver. Llegaron a un claro donde todos se quitaron la ropa. Alfredo cayó primero a las heladas aguas que ese invierno arrastraba el Río Bravo, lo siguieron los otros siete entre los que había cuatro de las regiones calientes de Sinaloa, incluyendo a Marisela, y cruzaron nadando hasta la orilla norteamericana. Todavía no recuperaban el aliento cuando llegó la migra.
Los faros de la Patrulla Fronteriza hurgaron entre las aguas del río pero no vieron a los mojados, porque todos se metieron bajo los matorrales de la orilla, aunque sabían que estaban ahí. "Mexicanos, tienen qué salir, está muy helada el agua. Salgan por favor", les gritaban los gabachos por bocina. Así estuvieron 20 minutos hasta que el agua fría les entumió los músculos y empezaron a temblar. La desesperación fue tan insoportable que nadaron de regreso. La luz del helicóptero ya los iluminaba cuando se ponían de nuevo la ropa para correr. Unos caían y otros los levantaban. Los faros de las patrullas los siguieron al igual que las advertencias de que podían morir por lo helado del agua o por la fuerza de la corriente del Río Bravo. La adrenalina de esa noche dejó dormir poco a Alfredo.
Eran las diez de la mañana cuando despertaron para intentarlo de nuevo a medio día. El sol ni siquiera calentaba cuando se pararon a un lado de la garita de Algodones, al pie de la frontera. Entonces eran ya dos coyotes los que miraban al cielo en busca de la señal. Justo a las 12 del medio día voló sobre ellos el avión teledirigido que busca indocumentados. A partir de ese momento tenían media hora para cruzar el río y llegar al otro lado. Mejor organizados, entre ocho lograron remolcar a Rosario en la cámara y librar los remolinos que de pronto jalaban a alguno. Llegaron sin mayores problemas. Escondidos entre los matorrales del lado norteamericano, esperaron casi seis horas para reanudar la marcha.

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El año pasado murieron 38 duranguenses radicados en el extranjero y cuyos familiares debieron que ser localizados para tramitar los funerales; hubo 22 casos en los que tuvo que intervenir directamente el Departamento de Atención a Migrantes de la delegación estatal de la Secretaría Relaciones Exteriores (SRE), para trasladar los cadáveres de regreso a Durango.
Flor Karina Amaya Ávila, jefa de dicho departamento, explicó que el 95 por ciento de los casos que se atienden en esa área se vinculan con Estados Unidos. El resto se complementa con casos aislados como en Perú, Francia y Egipto.
En total, fueron tres mil 780 casos los que se abrieron en el 2011, incluyendo a 52 que fueron apresados por estar en otros países sin los documentos migratorios o acusados de algún delito.
Tan solo en la primer semana del 2012 se generaron cinco casos de niños que fueron abandonados en Arizona y que se encuentran bajo la custodia de ese Estado; si sus familiares no son localizados, podrían ser dados en adopción en Estados Unidos.

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Casi para oscurecer, mientras rodeaban las casas rodantes que están entre el desierto de Arizona, les volvió a salir la migra. Todos corrieron hacia un brazo del Río Bravo que vuelve para internarse en Estados Unidos. Los nervios, el cansancio, la falta de comida, la sed y lo helado del agua, hicieron que Manuel entrara en crisis por su problema de hipertiroidismo. Si no es porque casualmente Alfredo mete la mano al agua y lo siente abajo, el muchacho se hubiera ahogado en una de las partes más bajas del caudal. Para cuando pudo reponerse, la migra ya se había ido sin verlos. Salieron del Bravo con la ropa mojada, no tuvieron tiempo de quitársela; llenos de lodo, Alfredo, Manuel y Felipe sellaron un pacto mientras le daban tragos a una botella de tequila para agarrar calor, que el coyote traía en una mochila de la que se desprendería hasta el final del camino: si la migra agarraba a uno, se regresaban los tres.
Las constelaciones cruzaron sobre el grupo mientras caminaba, iluminado por una luna media que fue reemplazada por la luz del sol. Caminaron toda la madrugada sin detenerse y siguieron durante todo ese día. Manuel de nuevo no soportó y se desmayó. Alfredo y Felipe lo cargaron por unos 25 kilómetros. Comieron lechuga de las hortalizas que bordeaban y saciaron la sed con agua del río. El sol volvió a ponerse tras el horizonte y casi a la media noche los coyotes les permitieron descansar en medio de más matorrales. De pronto, un ruido inconfundible comenzó a acercarse. Fue entonces cuando los coyotes les dijeron que la siguiente parte del recorrido la harían en el tren.
Todos se tuvieron que arrastrar para pasar la alambrada que limitaba el acceso a las vías y luego corrieron todos para alcanzar el vagón que el coyote ya había abierto. El mayor peligro era para Rosario y sus siete meses de embarazo. Empujándola y jalándola lograron subirla. Luego entraron todos, cerraron la puerta del vagón y la aseguraron con clavos. Se tumbaron a descansar y una hora después llegaron a un puesto de revisión de la Patrulla Fronteriza. Debido a la exactitud en la medición del cruce de vías, el tren debía detenerse máximo 15 minutos, si en ese tiempo la migra lograba detectar a alguien, lo detenía; de lo contrario el ferrocarril seguía su camino. Los agentes intentaron forzar el vagón donde iba Alfredo, que se arrinconó con los demás para no ser vistos por las luces de las lámparas que entraban por las rendijas; la migra no pudo abrirlo y el tren reanudó su trayecto.
Pero el clima los volvió a poner a prueba. Apenas habían avanzado media hora cuando empezó a nevar. Entonces el vagón del tren se convirtió en hielera y la situación se tornó más grave porque todavía tenían la ropa mojada. Rosario estaba a punto de la hipotermia, lo supieron porque temblaba y estaba en shock. Todos la rodearon para darle calor, abrazados, mientras se frotaban la espalda mutuamente. A las 11 de la mañana llegaron a San Bernardino para afrontar una nueva prueba mortal. Las instrucciones del coyote fueron tajantes: "voy a abrir la puerta y cuando salte, todos van a saltar sin pensarla".
Con el tren en movimiento, fueron cayendo justo en los linderos de una maquiladora californiana de ensamblado. Los paisanos que estaban en los patios por la hora del lonche festejaron al ver esa hazaña, como si hubieran conseguido la ciudadanía norteamericana. Todavía tirado en la tierra, Alfredo vio como el coyote con su mochila en la espalda se metió entre las llantas de los vagones hasta cruzar las vías.
"Sáltenle o los van a agarrar aquí", les dijo. Toneladas de acero se acercaban a Alfredo cada cuatro o cinco segundos, parecían detenerse cuando se animaba a arrojarse y parecían acelerar cuando estaba bajo los vagones. Con las manos y rodillas raspadas por la gravilla, esperó hasta que cruzaron todos.
Se sentó en un jardín mientras dos taxis llegaron por ellos. Se acomodaron en los Grand Marquis que más adelante serpentearían en las calles de San Bernardino, mientras los conductores no perdían detalle del localizador que les daba la ubicación de las patrullas de la migra. Tomaron los "frigüeis" hasta llegar por fin a Los Ángeles.

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De acuerdo a los datos del Banco de México, entre enero y diciembre del 2011 entraron a Durango 415.3 millones de dólares (mdd) por concepto de remesas enviadas principalmente de Estados Unidos. Esta cifra representa la cifra más alta del último trienio y refleja una relativa recuperación de la economía norteamericana, pues en 2007 la cifra alcanzó los 452.9 mdd, para descender en 2008 a 441.7 mdd. Durante el 2009, lo más álgido de la reciente recesión económica de Estados Unidos, se registró la cifra más baja de envío de remesas a Durango con 373.7 mdd; ya para el 2010 se apreció un ligero aumento al llegar a 378.6 millones de dólares.
A pesar de los números, Salvador Ramírez no es aún tan optimista. Considera que las condiciones de trabajo aún no son las mejores, pues si bien la situación ya no es tan crítica como en 2009, cuando el 80 por ciento de los duranguenses en Atlanta y partes de Texas fueron desempleados y se paró totalmente la industria de la construcción en Las Vegas, Nevada. En Los Ángeles se calcula que aún hay un 20 por ciento de duranguenses desempleados.

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El nuevo patrón de Alfredo llegó a la casa donde les dieron de almorzar, les preguntó cómo estaban y pagó mil 700 dólares por cada uno de los tres duranguenses que llegaron a tierras angelinas. Poco antes, el coyote había sacado un paquete de marihuana de la mochila que cuidó los dos días como si cargara un órgano para transplantar.
Para la tarde ya estaban en Lake Arrowhead canalizados con suero para recuperarse de la deshidratación; así estuvieron dos días. Al salir, conoció el lugar donde estaba. Lake Arrowhead era un pueblo ubicado en un la región montañosa de California y habitado principalmente por adultos jubilados. La mayoría de las casas eran grandes residencias y mansiones alrededor del lago. La empresa donde trabajó Alfredo se dedicaba a procesar la madera de los árboles que un año antes fueron consumidos por un incendio.
La jornada de trabajo empezaba a las 7 de la mañana y se prolongaba hasta las 6 de la tarde, con una hora para comer. Les pagaban 6.75 dólares la hora y la empresa aportaba por su cuenta el hospedaje y la comida, además de los traslados a los supermercados y todos los servicios en las dos casas donde vivían 26 trabajadores. Después de un cumpleaños lejos de los hermanos y de los padres, de una Navidad sin abrazos de la familia y de la soledad nostálgica que arrancaba lágrimas antes de dormir, Alfredo cumplió 15 meses trabajando en la Unión Americana, bajó 10 kilos y saldó todas sus deudas en Durango. Una mañana de principios de diciembre llegó el dueño al aserradero y, sin más, les soltó: "ya no hay trabajo". Se acabó de un día para otro. A medio día les dieron su liquidación y para el 7 de diciembre, Alfredo ya estaba de regreso en Durango.
Ahora, con cuatro años de casado y un hijo de tres, sólo tiene seguro que no volvería a irse al gabacho; cree que no vale la pena arriesgarse tanto. Acá tiene la libertad de salir a gastarse lo que gana y tiene a la familia a su alcance. "En ese momento, cuando tú ya vas brincando allá. Pero después, cuando haces balance de todo lo que viviste dices: ¿cómo pude arriesgarme así?".








                                                                                                                                                                                           

 

Decenas huyen de la sequía

Por: Juan M. Cárdenas / publicado el 1 de noviembre del 2011 en El Siglo De Durango / Durango, Dgo. 


José Alfredo Espinoza parece caminar crucificado por las calles polvorientas del pueblo. Sobre él recae el peso de que su familia pueda tomar agua, bañarse y comer. Esa es su cruz. No tiene dinero ni trabajo. La sequía flageló la tierra y las plantas. Con el sol de la tarde que evapora hasta los pensamientos, cruza el rancho con un palo sobre sus espaldas en el que lleva amarradas una cubeta de cada lado. Acarrea agua porque desde hace seis meses no sale ni gota de la llave de la casa. Decenas de personas ya escaparon de esas carencias y la crisis apenas empieza.
Ubicado a poco más de 90 kilómetros al noreste de la ciudad de Durango, el poblado Santa Catalina de Siena es el ejemplo más claro de la catástrofe. Al menos una docena de familias prefirieron escapar de la pobreza, ocasionada por las míseras lluvias que cayeron en el último año y que sólo sirvieron para regar las esperanzas de los habitantes de todo el municipio de Guadalupe Victoria, quienes vieron cómo las plantas de maíz y frijol se secaron junto con su futuro. Algunas familias que siguen en Santa Catalina, sobreviven con el salario de las casi 30 mujeres que diariamente viajan a la cabecera municipal para trabajar como empleadas domésticas, a cambio de 80 pesos por semana.
"Agua siempre ha faltado. Pero nunca nos había tocado que a estas fechas de octubre, la presa estuviera seca. Otros años hasta se desborda y los arroyos llevan mucha agua. Ahora apenas tenemos para tomar", dijo José Alfredo mientras caminaba con sus cubetas para agarrar agua del tanque de 20 mil litros que el Gobierno del Estado instaló en Santa Catalina, para que los habitantes se repartan de a seis cubetas por casa. Pero es tanta la necesidad, que el tanque lo pusieron un jueves y para el sábado estaba vacío.
Con seis cubetas, los cuatro integrantes de la familia de José Alfredo tienen que bañarse, lavar la ropa, lavar trastes, trapear, hacer de comer y usarla para el excusado. Hace unos tres meses que en gran parte de Santa Catalina se instaló la red de drenaje, lo que podría convertirse también en un factor de riesgo porque no hay agua potable para que los desechos corran por las tuberías. Los pobladores se quejan de que, por las tardes, con el calor se "aviva" la pestilencia.
José Alfredo tiene la piel curtida por el sol, espalda ancha por el duro trabajo, ojos rasgados y el bolsillo vacío por la sequía. Con la frustración atorada en la garganta y la mirada hacia los sembradíos que no se lograron, admitió que ha pensado seriamente en abandonar Santa Catalina de Siena, como ya lo han hecho varios de sus vecinos. "A qué nos quedamos si no hay trabajo, si no hay de comer y si no tenemos agua".
Según los registros oficiales, en los cuatro meses que duró la temporada de lluvias cayó apenas el 30 por ciento del promedio anual de precipitaciones. Una catástrofe para un poblado como Santa Catalina de Siena y para un municipio como Guadalupe Victoria, cuya principal actividad económica se basa en la agricultura. María Soledad Alvarado, presidenta de la Junta Municipal, calcula que el 90 por ciento de las familias del pueblo viven de la siembra de maíz y frijol. Pero en el mejor de los casos, los productores apenas alcanzaron a cultivar para el consumo propio. A ver para cuánto tiempo les alcanza.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) advirtió que las lluvias durante el invierno serán escasas. Eso lo sabe José Alfredo, por eso habla tan serio cuando se refiere a abandonar el pueblo. Voltea a ver a su esposa y a su hija de seis años, ambas de una piel blanca poco usual en Santa Catalina. "La presa grande (Los Temporales) también se está secando, no va a haber agua para los cultivos de riego. O sea que no va a haber trabajo por lo menos de aquí a julio del próximo año. No sé qué vamos a hacer porque esto apenas es el principio".

Búsqueda Si la situación no es más grave en Santa Catalina, es porque la mayor parte de los pobladores tienen camionetas para acarrear tambos llenos de agua para sus casas. Así tengan que ir por ella hasta otros ranchos. Pero aunque tengan acceso al agua, la magnitud de la sequía se recrudece con la falta de trabajo y de alimento para el ganado en la región. "Hay familias que dedicaron años a criar sus cuatro o cinco vacas, pero en estas condiciones tener ganado es una carga; no hay para darles de comer y lo único que va a pasar es que se les van a morir. Están vendiendo sus vacas hasta a cinco pesos el kilo", dijo María Soledad.
El éxodo de Santa Catalina representa otro problema que las autoridades deben empezar a prever en términos generales. Las personas que dejaron ese poblado, se trasladaron principalmente a Guadalupe Victoria y la ciudad de Durango en busca de algún trabajo que les dé para alimentar a su familia. El problema es que la migración podría multiplicarse en las próximas semanas o meses, por la falta de comida y dinero. "Cuando estuvo el gobernador acá dijo que iban a abrir una maquiladora aquí en Victoria; pero imagínese, van a emplear a 800 personas y ya hay mil solicitudes. Qué vamos a hacer los demás, de qué vamos a vivir en todo este tiempo", dijo José Alfredo.
El diputado local por el distrito que incluye a Guadalupe Victoria, Marcial Saúl García Abraham, advirtió que la situación por la que atraviesa a Santa Catalina no es exclusiva de ese poblado, sino que se extiende cuando menos a otras cinco localidades y que, de no ofrecer oportunidades de empleo y alimentación a las personas afectadas, la situación detonará en una migración masiva a las grandes urbes del estado con todo y los "cinturones" de miseria que esto implicaría.
"La gente va a empezar a migrar sin rumbo en busca de poder alimentar a sus hijos, a sus familias (…) Lo que estamos viviendo hoy en Durango no tiene precedentes. Viví algunos años de sequía que no son nada comparables: 1980 fue año difícil, igual que 1957; pero nada comparado con esto que estamos pasando, porque nuestra gente hacía lo que está haciendo ahora: emigraban a otras ciudades. Pero ahora no hay garantías de que vayan a encontrar empleo, ni siquiera en Estados Unidos que era un recurso que siempre resultaba", agregó García Abraham.

Peligro
Caminar por Santa Catalina es llenarse los zapatos y la ropa de polvo, conocer sus casas de adobe y saludar a sus viejitos que se juntan en las esquinas bajo la sombra. Es inevitable ser atraído por la hacienda donde vivió la actriz Dolores del Río. El porvenir es el único que se nubla para los habitantes de ese pueblo de tierra seca, cuyos habitantes ya ni recuerdan cuándo fue la última vez que llovió. Su principal fuente de suministro de agua es la presa "chica", como la llaman ellos, pero que ahora está convertida apenas un charco pestilente del que hasta las truchas se salen para morir bajo los rayos del sol. Un coyote merodea la cortina de la presa; esto debe preocupar a la gente de Santa Catalina, pues hay apenas un kilómetro de distancia con la presa. Y la inquietud no es por la distancia de la presa, sino por la proximidad del coyote que, ante la falta de agua, carece de alimento allá en el monte. Al grado de perder el miedo para acercarse a los linderos del pueblo para buscar comida.
Algo parecido es lo que teme la presidenta de la Junta Municipal. "Aquí no se pierde nada. Uno puede dejar la bicicleta afuera y ahí amanece; pero eso es ahorita". Sabe que la desesperación puede llevar a la gente a buscar cualquier fuente de ingreso económico. El también legislador Aleonso Palacio Jáquez, representante en el Congreso del Estado por los municipios de Cuencamé, Pánuco de Coronado y Peñón Blanco, todos con declaratoria de sequía por parte de la Conagua, coincidió en que existe migración de las localidades que están en crisis y que las condiciones se pueden agravar conforme pase el tiempo y se agote el alimento.
"Se puede agravar también la cuestión de la inseguridad. Nadie va a querer que un ser querido se muera de hambre, tendrán que buscar la manera de darle alimento a costa de lo que sea", señaló Palacio Jáquez.
La memoria de José Alfredo no alcanza a encontrar días tan difíciles como los que se viven ahora en su tierra. Mientras que en la capital duranguense hay políticos que sostienen que la situación de Durango aún no es catastrófica, la gente de Santa Catalina de Siena los invita a que vivan una semana en el poblado para que comprueben que tener agua, es un lujo.