sábado, 18 de junio de 2011

Un desierto en medio del oasis

Por: Juan M. Cárdenas / publicado el 8 de junio del 2011 en El Siglo De Durango / Durango, Dgo.

En Santa Catalina de Siena los únicos animales que engordan son los zopilotes. Hace ya nueve meses que este lugar vio caer las últimas gotas de lluvia y solo los mezquites y los huizaches enverdecen el panorama rodeado por tierra rojiza y amarilla, porque hasta los nopales están secos. Se trata de un pueblo viejo al que le tocó ver el nacimiento y el ocaso de la Revolución Mexicana. El ajetreo del lugar lo forman los niños que juegan en las calles y los ancianos que se juntan por las tardes a platicar de tiempos pasados, bajo la sombra de las casas de adobe mordidas por el tiempo y arañadas por las polvaredas.
Don Florencio García Reza levanta temprano a sus dos hijas para que vayan a clases a la primaria, pero no puede meterlas a bañar porque al abrir la llave sale un líquido amarillento y maloliente, aborrecido hasta por el ganado. Ese es el tipo de agua que los habitantes de Santa Catalina tienen hoy en día para uso doméstico, aunque es totalmente insalubre hasta para trapear. Una de las niñas de la casa tiene ronchas en la piel por bañarse con ese barrizal.
El poblado se ubica en la cola de una carretera de diez kilómetros que cruza por Obregón e Ignacio Ramírez, cuna de los padres del ex boxeador Óscar de la Hoya, por el kilómetro 83 de la carretera Durango-Gómez Palacio, entre los llanos y las montañas de Guadalupe Victoria. A la orilla del camino hay vacas muertas, cubiertas únicamente por una capa de cal para que no se pudran a cielo abierto. La otrora productiva región de los Llanos luce ahora paisajes parecidos a los del semidesierto, símbolos del estiaje que ya secó la única fuente de abastecimiento de agua que tienen en Santa Catalina: la presa del poblado es un simple charco.
Según los registros de la Dirección local de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), la falta de lluvias durante 252 días convierte esta temporada de estiaje en la más crítica de los últimos 88 años. Don Florencio tiene 70 años y recuerda que una sequía igual severa en 1957 hizo huir a decenas de familias de Santa Catalina al estado de Chihuahua, pues además de que no tenían agua para tomar hubo devastación en esta región agrícola por excelencia. Desde entonces, no recuerda algo similar y teme las consecuencias.
Como hombre que vive del campo, con manos curtidas por el sol y la tierra, cabello blanco y fuerza de treintañero, don Florencio vive de regar y sembrar para otros las parcelas de frijol y maíz. El año pasado le fue bien por la benévola temporada de lluvias, pero a la fecha las cosas son diferentes y hay pocos campesinos que requieran de sus servicios. El hombre, que a los 16 años tuvo que huir por la sequía en Santa Catalina, ahora batalla para dar sustento a su esposa y dos hijas. Con los retratos del día de su boda como testigos y recargado en su remolque de solo dos llantas y plataforma de malla ciclónica, espera a la pipa para que le llene siete cubetas de agua para toda una semana.
Por cierto, le manda decir a las autoridades estatales y municipales que sus problemas no serían tan severos si en el poblado se instalara un tanque gigante que almacenara agua para estos casos.

LO NUNCA VISTO
Hace año y medio que Laura Martínez Garza García llegó a trabajar como maestra del jardín de niños del poblado, después de dar clases en escuelas de Poanas, Canatlán y Nombre de Dios. Nunca se imaginó la severa problemática que enfrentaría al llegar a Santa Catalina. Para higiene personal, lavar baños y hacer la comida, el kinder pide que le llenen un tambo en el que almacenan agua que hacen rendir hasta por 15 días.
"Es deprimente porque no hay agua ni para bañarse". De ojos redondos y voz paciente, confiesa que su desesperación al principio llegó al punto de pensar en cruzar los nueve kilómetros que separan a Santa Catalina de Ignacio Ramírez, para poder darse un regaderazo. Algunos de sus 35 pupilos beben refresco, pues en sus casas se agota el agua que les proveen con pipa y en las seis tiendas mejor surtidas del poblado se agotan las botellas de agua. Cuando esto pasa, la botella más cercana está a nueve kilómetros de distancia.
"Aquí cuando la gente se acaba el agua, tiene que comprar; pero hay quienes no tienen dinero y mejor toman el agua sucia que sale de la llave". Con el paso del tiempo, la maestra aprendió que esta crisis se repite cada año entre abril, mayo y junio; pero con la llegada de las lluvias el nivel de la presa Santa Catalina sube y empieza a llegar a algunas casas, no a todas porque en ocasiones no tiene la presión suficiente para llegar a las que se encuentran en las partes altas del lugar.
Con una sonrisa, más de alivio que de ilusión, la maestra Laura Martínez ve cerca el fin de su apuros, pero no porque esté cerca la temporada de lluvias, sino porque en julio sale a vacaciones y podrá viajar a Poanas, su tierra natal, donde el agua la espera con solo abrir una llave. "Aquí en Santa Catalina la gente dice que su único defecto es no tener agua, pero creo que no se enferma porque ya está acostumbrada".

AL RESCATE
Como cada día de la temporada más seca de los últimos cinco años, Jesús González llega antes de las 8:00 horas al punto de abastecimiento para llenar la pipa de diez mil litros en la que recorre cuatro poblados de Guadalupe Victoria; de todos, Santa Catalina es el más crítico. Es cuestión de 15 minutos para que el depósito se llene; a medio proceso vacía una pastilla y media de cloro para cumplir con los niveles de cloración que exige la Secretaría de Salud para el agua destinada al consumo humano.
"Una vez me dijo un comandante que lo más importante era la imagen, que me viera limpio y siempre trajera el camión limpio para que la gente tuviera confianza en el agua que le llevo", dice Chuy mientras Vicente Fernández canta en el estéreo MP3; las cumbias quedarán para otra ocasión. En la pipa lo acompañan una imagen de la Virgen Dolorosa y su ayudante Elías Aguilar.
El claxon del camión es la señal de alivio para los 750 habitantes de Santa Catalina, quienes desde temprano esperan con las cubetas en el umbral de la casa el momento para correr a pedir la ración de los próximos cinco días. La pipa atraviesa calles rajadas por las máquinas que abren paso a la red de drenaje. Hasta cinco familias se aglomeran en cada esquina para esperar su turno de ordeñar la pipa. A pie o en carretilla, niños y ancianos, adolescentes y señoras que forjan su fuerza al cargar los baldes llenos de agua para hacer la comida, se van satisfechos al menos por un día porque podrán bañarse con agua limpia.
Santa Catalina de Siena vivió sus épocas de esplendor junto con la hacienda de la cual tomó el nombre y donde vivió la mismísima Dolores del Río. Tras la muerte de la primera actriz mexicana que conquistó Hollywood, sus descendientes conservaron los retratos, ropa y la cama como ella las dejó. Ahora, de la hacienda solo quedan muros de adobe en ruinas. Cuenta la gente que un día los militares se llevaron al dueño y nunca más volvió. El kiosco y la iglesia fueron adoptadas por el pueblo; el resto del casco fue saqueado en busca de tesoros o algo para vender y ahora se pudre en el olvido.
Esta localidad forma parte de un grupo de 150 que entre abril y junio se quedan sin agua por falta de lluvias; la única fuente de abastecimiento para las 40 mil personas que las habitan son las pipas enviadas por la Conagua y la Comisión del Agua del Estado de Durango (CAED), mediante un convenio que data de 2006. En total, son 11 municipios a los que se destinarán 18 millones de litros de agua hasta el próximo 30 de junio. El ánimo y la energía de Jesús González lo llevaron en 2010 hasta Monterrey, cuando la Conagua envió las pipas a atender a los damnificados por el huracán "Alex".

ZONA DE CONTRASTE
Manuel hunde sus botas en el lodo hediondo de la presa Santa Catalina. Lleva dos horas rastrillando bajo el sol inclemente del mediodía para que el agua alcance la única salida que tiene la presa y que conduce el líquido hasta la planta de tratamiento del pueblo, inaugurada hace menos de un año. Solo que la falta de lluvias en los últimos nueve meses provocó que la presa registre su nivel más bajo en la historia, dejando al descubierto la cruz de un infortunado que hace seis años murió ahogado.
El problema de la falta de agua aún no se traduce en problemas de salud. A ocho meses de haber sido elegida como presidenta de la Junta Municipal, María Soledad Alvarado encontró en la sequía su dolor de cabeza y lo considera como el principal problema social en el lugar. No es para menos: la presa tiene capacidad para almacenar 300 mil metros cúbicos de agua y, aunque el año pasado derramó por su vertedero y corrió por los arroyos, ahora es una leve mancha en medio de la planicie. Santa Catalina podría pasar como poblado modelo y ejemplo para el estado al contar con su propia planta tratadora y potabilizadora, las cuales convierten el líquido en ideal para el consumo humano y solo hay unas ocho en todo Durango. Su único problema es que una cuarta parte del año se quedan sin agua y es por las fechas en que más se necesita.
Con una leve sonrisa, vestir elegante y vitalidad contagiosa, la Presidenta de la Junta Municipal dice que en Santa Catalina lo que más hay para tomar es cerveza. De hecho, confiesa que la broma en Guadalupe Victoria es que los bebés de Santa Catalina no lloran por una mamila: lloran por una botella de agua.
A pesar de la fertilidad que tienen las tierras de los alrededores, donde se producen decenas de toneladas de maíz y frijol, por donde corren arroyos en la segunda mitad del año y cae más lluvia que en todo el norte del estado, el poblado Santa Catalina está destinado a tener sed: en el último son ya siete perforaciones hechas expertos para ubicar algún acuífero que pueda aliviar la sed de esta localidad; pero son siete ocasiones en que los taladros salen solo cubiertos de tierra. Es como si la naturaleza se ensañara en tenerlos a su merced y pagar las culpas de toda la humanidad.

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