jueves, 7 de julio de 2011

Peregrinos del miedo

Por: Juan M. Cárdenas / publicado el 21 de junio del 2011 en El Siglo De Durango / Durango, Dgo.

ESPECIAL: TESTIMONIOS DE LA VIOLENCIA EN DURANGO
Madres que sintieron el dolor al parir a sus hijos ahora desayunan, comen y cenan angustia al saberlo muertos o desaparecidos. Padres a los que se les va la vida y lo que les queda de patrimonio en encontrar a sus hijos, ante la indiferencia de las autoridades. Hermanos y hermanas a las que les arrancaron parte de su vida; así, de tajo. En esto se han convertido los rincones de Durango: crímenes, impunidad y corrupción. Un tridente que se escurre a veces entre las sombras y a veces a plena luz del día, por calles y pueblos, para alcanzar a familias enteras que quedan mutiladas por un huracán de violencia que parece no tener fin.


AUTORIDADES COLUDIDAS
 
No tenemos lujos, vivimos en un
Fraccionamiento de clase media.
Es mi único hermano..."

Pum pum pum. Un comando tumbó las puertas de la casa de la familia Espeleta Bernal con un marro y, de pasada, convirtió su vida en una pesadilla. La noche del 22 de febrero del 2010, Francisco José se preparaba para acostarse y descansar de una larga jornada de trabajo, típica de un enfermero del IMSS. Cerca de las 23:00 horas, un comando lo sacó de su casa de Gómez Palacio. A los delincuentes poco les importó que sus dos hijos, de ocho y siete años, lloraran horrorizados por la irrupción de esas sombras con voz y poder que además de aterrar a la familia, se apropiaron de aparatos, carros, del propio Paco y de la conciencia de las víctimas, que hasta antes de que les ultrajaran su tranquilidad creían que la violencia que padece México como epidemia, nunca les alcanzaría.
Al día siguiente, los delincuentes llamaron a la familia para pedir dinero a cambio de la libertad de Paco. Pagaron el rescate, pero el hijo pródigo nunca volvió. Bastaron 48 horas para que el miedo eclosionara en coraje, humedecido por la rabia de la corrupción e impunidad de las autoridades de Durango: el 24 de febrero la familia denunció el secuestro, una patrulla llegó al domicilio para tomar datos y recabar evidencia, pero los patrulleros les dijeron que las autoridades no pueden contra un comando como el que los asaltó; al volver a la Vicefiscalía de Gómez Palacio, les confirmaron que no existía una patrulla con los números y características como la que fue a su casa. En eso estaban cuando recibieron una llamada por celular amenazándolos de muerte si se consolidaba la denuncia. Desistieron. Miedo.
"Duele más la impunidad porque confías en las autoridades y no hay quien te ayude y aparte les avisan a los delincuentes de lo que uno hace para investigar", confiesa la hermana de Paco, para quien el dolor se multiplica al ver que su madre se asfixia en depresión y ha bajado 25 kilos de peso.
¿Cómo se puede vivir después de algo así?
"No se puede vivir. Estas siempre con miedo, con mucho miedo. Con angustia porque no sabes dónde está, ni por qué se lo llevaron. No tenemos lujos, vivimos en un fraccionamiento de clase media. Es mi único hermano...". Si sus lágrimas pudieran hablar, correrían por sus mejillas gritando esos mismos reclamos.
La hermana de Paco estuvo ahí cuando se lo llevaron. El momento se le tatuó en los sentidos. Mientras mira a su alrededor y gesticula con impotencia, dice que ya no hay familiar, vecino, compañero, amigo o conocido que no conozca a alguien que no haya sido víctima de la delincuencia en Durango.
El plagio fue denunciado en el Consulado norteamericano de Nueva York, así se lo recomendaron a la familia. Las historias de personas que son reclutadas a la fuerza para integrarse a las filas de la delincuencia, al estilo de una leva moderna, los hizo prevenirse de que debe quedar constancia de que fue prendido a la fuerza. Así de cruel y bizarra es la realidad de Durango, incluso afirma que en el Consulado le advirtieron que mientras en México no se renueven los mandos policíacos, la corrupción y la violencia será sopa de todos los próximos días.
A un año y medio de su secuestro, Paco Espeleta sigue desaparecido.


LOS HERMANOS

"Nos robaron el sueño,
Nos robaron la tranquilidad.
Estamos muertos en vida"

La familia de Luis Otoniel tuvo que hacer el trabajo de la policía. Investigó durante un año su desaparición en el tramo carretero Saltillo-Paila, allá donde sólo hay tierra y matorrales. Consiguió nombres, números de teléfono y hasta direcciones de los delincuentes, los entregó a la Fiscalía General del Estado de Coahuila y a la Procuraduría General de la República (PGR) para que los aprehendieran. A casi cinco años del caso, les siguen dando plazos.
Luis Otoniel desapareció el 23 de junio del 2006 junto con tres compañeros estudiantes que viajaban de la capital de Coahuila rumbo a la ciudad de Durango.
La desgracia de la familia se repitió el 1 de abril de este año, sólo que el escenario fue distinto: la esquina del bulevar Dolores del Río y calle Nazas de la capital de Durango. Ahí, un grupo de 25 sujetos ataviados con uniformes de la Policía Estatal interceptó la camioneta en la que viajaba Abraham, hermano de Luis Otoniel, acompañado de su esposa e hijos.
"Hay mucha gente que vio. Los policías lo golpearon, lo subieron a una camioneta negra pick up y se lo llevaron", recuerda el padre de ambos desaparecidos, cuya exaltación le pone las mejillas rojas como la sangre que le llena los ojos de coraje. El calvario empezó en la demarcación de la Policía Estatal, donde ni siquiera tenían reporte oficial de alguna detención de esas características.
Las manos del padre de Luis Otoniel y Abraham van de un lado a otro mientras recuerda su ir y venir también por diferentes instancias en busca de justicia. Desde la oficina del presidente de México, hasta las Fiscalías de Durango y Coahuila, pasando por el Senado de la República y hasta la Policía Federal. En todos lados fue la misma: promesas de ayuda. A la fecha, los resultados son los mismos: nada.
El padre de los desaparecidos es de baja estatura, barba canosa de candado, robusto y voz estridente. Para él no hay de otra: los delincuentes y los sicarios son los propios policías. Dice que esto lo comprobó el 31 de junio del 2008 cuando varias camionetas perseguían a su hermano por carretera a México, se metió a las instalaciones de la Dirección Municipal de Seguridad Pública para refugiarse y ahí desapareció. Desde entonces no sabe más de él.
"Quiero encontrar a mis hijos a como dé lugar. Quisiera tener ya la satisfacción de entregarle a Dios los cuerpos de mis hijos, porque ahorita la angustia es más grande que el dolor. Nos robaron el sueño, nos robaron la tranquilidad. Estamos muertos en vida". Es tanto el dolor que se siente a diario, en todo lugar y a cada momento, que ya no hay miedo, sólo ganas de tener paz.


EL HÉROE

"Las cosas siguen igual.
Si denuncian, los matan"

Nuevo Ideal tiene un héroe. Silencioso, ejemplar y mártir. En eso se convirtió Leopoldo Valenzuela Escobar, quien después de peregrinar en busca de justicia por cuanta corporación existe, fue asesinado afuera de su refaccionaria. Por mucho tiempo, Don Polo fue la única voz que tuvo este municipio del centro del estado para denunciar los constantes secuestros en esa región. Entre las víctimas de los secuestradores estuvo su hijo Leopoldo, de 29 años de edad, cuyo paradero logró ubicar tres veces sin que las policías locales ni el Ejército quisieran ayudarlo.
Con la mirada hacia adelante, la frente en alto y el pecho hinchado de dignidad, los hermanos de Don Polo se sienten orgullosos del ejemplo de lucha por buscar justicia, la cual no le llega ni post mortem. La tristeza no se va, es su compañera de todos los días. Dicen que Don Polo no merecía terminar así: con cinco balazos en el cuerpo.
Nuevo Ideal está enfermo, lo contagiaron todas las víctimas de la delincuencia en ese municipio y en Durango. Está enfermo de miedo. "Por eso la gente no habla, las cosas siguen igual. Si denuncian, los matan", dice el hermano de Don Polo.
Antes de ser asesinado, Don Polo estuvo en El Siglo de Durango. Con ojos cansados y tristes, voz desesperada, mano gruesa y temblorosa, enumeró las instituciones que visitó para denunciar el caso y la negligencia, en cópula con la colusión, de las autoridades estatales. Visitó la Fiscalía General del Estado, la Décima Zona Militar, el DIF Estatal, la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo), la Secretaría de Marina Armada de México y tocó hasta las puertas del despacho de la Presidencia de la República. Pero los malos ganaron. Nadie le hizo caso a Don Polo que ahora está muerto y su hijo sigue desaparecido.
Imaginen a un hombre que no come, no duerme, que se pasea por la casa pensando a dónde más ir a pedir que lo ayuden a encontrar a su hijo secuestrado. Imaginen a un hombre angustiado y triste por no saber de su hijo por medio año. Imaginen su desesperación y su rabia pues, sabiendo dónde se escondían los delincuentes y dónde estaba su hijo, las autoridades no quisieron ayudarlo. Cada cierto tiempo Don Polo tenía que tomar pastillas, así tuvo que ser. Así vivió sus últimos días, según recuerdan sus hermanos. Así estuvo hasta el último segundo de su vida.

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